El proyectista mexicano defiende la síntesis entre creación artística y responsabilidad social, y denuncia la privatización del espacio público

En 1985, cuando Mauricio Rocha (Ciudad de México, 1965) estudiaba Arquitectura, hubo un terremoto en el DF y estudiantes como él trabajaron con las comunidades marginadas. “Mis maestros supieron enseñar arte y responsabilidad social, algo que muchas veces se ha tachado de opuesto”, dice. Hoy investiga la producción de gran arquitectura con materiales pobres. Con su socia, Gabriela Carrillo, y 35 arquitectos más ha levantado un premiado centro para invidentes, un albergue para niños de la calle o un mercado. Todos en su ciudad.

PREGUNTA. ¿Qué le llevó a buscar ambición artística con medios pobres?
RESPUESTA. Provengo de una familia con privilegios. Aunque solo estuvieron juntos hasta mis seis años, mi padre —arquitecto— y mi madre —la fotógrafa Graciela Iturbide— eligieron para sus hijos una formación marxista y humanista a la vez.

¿Cómo es una educación así?
Viajábamos al campo a ver cómo vivía la gente, contribuíamos a la alfabetización. La idea era trabajar en la construcción de un país más igualitario. Las escuelas activas no querían que memorizásemos datos, sino que aprendiésemos a reflexionar. El resultado fue una generación con interés por lo que no eran ellos. Con sus herramientas, cada uno trata de generar una profesión más ética.

¿Lo consiguen?
Por desgracia, la masa intelectual en el mundo siempre es minoría. Sin embargo, hoy con las redes sociales es más viable buscar un mayor compromiso social.

¿Cómo?
Con una arquitectura que tenga sentido humano: que envejezca con dignidad, que esté en su lugar, que mejore la vida de todos, no sólo la de los poderosos.

¿En la Universidad Nacional elegía los profesores por su ideología?
Nunca quise estar con los de derechas, pero tampoco con los muy de izquierdas: se pasaban el día hablando de política.

Su padre fue un arquitecto posmoderno. Usted trabajó con él hasta que murió.
Quiso reinventarse y sí, lo atrapó la posmodernidad. No le motivaba la arquitectura formal, le interesaban los signos.

La posmodernidad atrapó a mucha gente.
En Latinoamérica, uno de los grandes, Rogelio Salmona, es también uno de los débiles de la época de los ochenta.

Barragán eligió otra vía: reinterpretó la tradición para llevarla a la abstracción.
Partió de lo local para buscar lo universal. Funcionaba a partir de la experiencia, no de la imagen, aunque sus edificios sean muy visuales. Se habla de “el color de Barragán” cuando lo menos importante en su obra es el color.

¿Qué es lo más importante?
La densidad espacial, que los juegos de luz y penumbra provoquen sensaciones. Lo otro es cliché.

¿Cómo juzga la arquitectura mexicana actual?
México tuvo una generación anterior a la nuestra que quiso ser como los europeos y haceruna arquitectura tecnologizada que resultó en edificios torpes. Nosotros tenemos la oportunidad de digerir la tecnificación. Nuestra manera de abordar la contemporaneidad no es sólo desde la imagen. Me interesa utilizar materiales del lugar y darles un sentido y forma nueva.

¿Cómo aplicar eso a la ciudad?
Para bien o para mal, es la necesidad, por encima de la planificación, la que decide cómo crecen las ciudades en medio mundo. Hay que entender que en nuestro territorio se construyen desde los asentamientos suburbanos. Allí no hay leyes y eso hace que los que construyen las casas no sean arquitectos.

¿Eso le parece mal?
De hecho, me parece bien. La arquitectura debe entender la naturaleza de ese tipo de ciudad y volverse acupuntura que mejore los barrios. Las mejoras urbanas no siempre las firman arquitectos, pero siempre las firma alguien inteligente. En Medellín fueron los políticos.

¿Poder caminar por la Ciudad de México sin jugarse la vida es posible?
Ha ido mejorando, sobre todo en las colonias Roma o Condesa. El paso clave es unir los barrios para poder caminar entre ellos. Sin embargo, poder caminar no lo justifica todo. En la avenida de Chapultepec quieren construir un segundo piso comercial para que la gente camine por una pasarela. Es un signo de algo grave que pasa en México: las inmobiliarias están tomando el control porque generan dinero para la corrupción política. La consecuencia es la comercialización del espacio público: en lugar de aplicar acupuntura, generar más cicatrices.

¿Qué puede hacer la ciudadanía para devolver a la arquitectura su papel constructivo?
Los ciudadanos deben responsabilizarse de la ciudad que quieren habitar. Ante lo que empeora la vida es fundamental protestar. Con el corredor de Chapultepec la gente se movilizó.

¿La arquitectura es política?
La arquitectura es política, pero el papel de los arquitectos no es lograr el máximo presupuesto para levantar el edificio más emblemático, es dotar de valores cívicos su intervención.

¿Qué valores cívicos tienen sus edificios?
Procuramos trabajar con presupuestos bajos y abrir los espacios a los barrios, formar parte de ellos no sólo desde las fachadas.

Su manera de trabajar, exigiendo más a los materiales pobres, ¿tiene un límite en el tamaño de los encargos?
No. Hemos encontrado un material tradicional, el tepetate, que vale un euro el sillar. Comenzamos empleándolo en una escuela de invidentes y lo aplicamos en un pabellón para Hermès en Milán. ¿La razón? Tiene carácter. Permite construir en 10 días y aplicado a una estructura de metal adquiere mayores posibilidades.

¿No hay algo perverso en construir los espacios de empresas de lujo con materiales tan económicos?
Un pabellón es una acción efímera. Lo perverso puede ser que nos invitaran a nosotros y a Keré al concurso para hacer el pabellón. Pero es una oportunidad.

¿Más oportunidad que incoherencia?
En los ochenta hubo una crisis. Ya no había quien pagara los precios de los artistas figurativos. La crítica señaló a artistas como Gabriel Orozco y los metió en el MOMA. Tenían dos opciones. Ser ridiculizados o aprovechar la oportunidad para hablar de lo que consideraban importante.

¿25 años después, eso está pasando en la arquitectura?
Se fijan en nosotros porque la crisis actual cuestiona la manera de hacer las cosas. Ya no hay economía para hacer un Guggenheim. Puede que México atraviese una crisis mayor que la de España. La diferencia es que nosotros hemos trabajado el músculo de saber vivir en la escasez y eso nos da estrategias para poder actuar.

Fuente: El País